Crónica de una maternidad en cuarentena.
A veces soy esa mujer segura, competente, valiente, guerrera, entera; esa que despierta con una corona de flores en la cabeza y baja sonriente a preparar café a las seis de la mañana. A veces soy esa que termina el trabajo a tiempo, que hace todas sus llamadas, atienden todas sus citas y vacía su lista de pendientes. A veces, soy esa que cuenta cuentos, que dice buenas noches y apaga las luces con una sonrisa en los labios, que se va a la cama con querubines guardándole el sueño.
A veces, soy esa mamá con las respuestas en la punta de la lengua, la vida resuelta, el trabajo perfecto, la familia de revista. Soy esa esa mamá paciente y agradecida que abraza, que besa, que canta canciones de cuna y reza padrenuestros. A veces, soy esa mamá que dedica tardes enteras a hacer manualidades, a cocinar, a saltar cuerda, sembrar semillas y jugar muñecas. A veces soy la Madre Tierra encarnada. Ni azúcar, ni sal, ni preservantes, ni sodio, ni glúten, ni BPAs, ni colorantes, ni grasas trans. Ejercicio cuatro veces por semana; me sale kombucha y chía hasta por la nariz. Jardinería, Pinterest, homeschooling, pachamama, todo el rollo.
A veces me sale miel de los labios, puedo tejer poesía en segundos y declarar amor tan fácil como estornudar. A veces soy la mamá de los cuentos, la de las fantasías, la de instagram.
A veces soy esa amiga que escucha, esa esposa que da tranquilidad. Esa que cocina, que atiende, que piensa, que se entrega completa a tratar de comprender. Esa que está disponible, que se saca tiempo de la manga, que hasta se inventa las energías que no tiene para cumplir bien con el papel.
A veces soy esa mamá, esa mujer. Pero a veces, soy sólo un trozo de mí misma. Me parto en pedazos, me escondo, me rindo, me arrepiento, me asusto, hasta me meto zancadilla. A veces me convierto en Medusa. Ni me miren, ni me hablen, porque se arriesgan a convertirse en sal. A veces no me sale un buenos días sincero, mucho menos un sándwich en forma de flor.
Que alguien me suba el café y me cierre las cortinas.
A veces, soy esa a la que no le alcanza el tiempo ni las ganas, la que tiene que arrastrarse fuera de la cama, la que no quiere trabajar ni escuchar un solo llanto, ni queja, ni reclamo ni nada. A veces soy esa que sólo quiere que la dejen en paz un día entero con un par de cervezas, Netflix y sushi.
A veces soy esa mamá orgullosa, dulce y paciente, pero a veces también soy esa mujer amarga, que habla sin pensar y que lastima con miradas. A veces soy todas esas cosas que juré nunca ser, pero a veces la vida, la maternidad, el trabajo, las hormonas, deciden no funcionar como yo quisiera.
A veces no me siento feliz ni orgullosa. A veces dudo, lloro, somato, pierdo la compostura. A veces mi enojo, mi cansancio se apodera de mí y salen serpientes de mi boca. A veces soy valiente, pero a veces también siento miedo. Miedo a fracasar, a no ser suficientemente buena, a ser demasiado complaciente, demasiado estricta, demasiado presente, demasiado ausente, demasiado relajada, demasiado tensa, demasiado todo, demasiado nada.
Y muchísimas otras veces veo a mi alrededor, a esos pedazos de cielo que parí al mundo, las veo cerquita, las veo mías, las veo sanas y todo ese miedo se evapora. A veces veo los resultados de mi esfuerzo, de mi trabajo, de lo que soy capaz de hacer con mis manos y con mis sueños, y cualquier nube gris se mezcla con esa luz al final del túnel y se transforma en arcoíris. A veces puedo darme cuenta de que soy fuerte y de que hago lo mejor que puedo, a mi manera.
A veces, muchas veces, soy ese punto medio.
A veces soy esa. O esa. O esa, o esa. Soy un poquito de todas. A veces soy tú, que estás leyendo esto. A veces tú, o tú. Tan abstracta como un dibujo de mi hija, que puede significar un millón de cosas.
A veces caigo en lo que alguna vez juzgué, hago lo que juré nunca hacer, digo lo que siempre juré callar. Me gusta poder decir “a veces”, porque soy un ser humano común y corriente, y porque ser mamá no me hace invencible ni omnisciente. En esta maternidad, si algo he aprendido con los años, es que nunca hay que decir nunca, ni siempre hay que decir siempre.
Post original publicado en 2016, pero más vigente hoy que nunca.
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